Desde que el hombre primitivo descubrió como encender el fuego, venciendo a la oscuridad y el frío, la humanidad se ha sentido fascinada por su fuerza y su poder. Cantar al fuego, danzar en derredor invocando espíritus invencibles, reunirse en círculo alrededor de la hoguera en el campamento, sentarse frente al hogar en una noche de invierno… son ritos que guardan relación con la atracción ancestral del fuego.

En la mitología griega, el fuego pertenecía a los dioses hasta que Promoteo robó la llama sagrada y se la entregó a los hombres. Hasta hoy, muchas tradiciones espirituales del mundo asocian el fuego con lo divino. El fuego es símbolo de cambio, de purificación y de sacrificio y es también un símbolo mágico.

El Sol nos da la vida, nos ofrece el calor, permite que se produzca la manifestación vital tal como la conocemos y es una metáfora de la luz, origen y final de todo, y de la llama interna que cada ser posee en lo profundo y recóndito de su corazón.

El fuego fue el elemento cuyo dominio permitió al ser humano desarrollar su camino evolutivo y ha sido y es fundamental para el establecimiento de la humanidad en la Tierra.

Por eso, ambas realidades lumínicas han sido utilizadas como símbolos de la transformación humana y como portal de paso de conciencia de un estadio a otro.

En estos momentos de creación de una nueva cotidianidad tras el confinamiento y en esta posibilidad de generación de un mundo más armónico, compasivo y justo; podemos generar nuestro propio fuego interno cuestionándonos profundamente sobre quiénes somos realmente y cuál es nuestro próposito vital individual y colectivo.

Preguntarnos acerca de nuestra naturaleza y nuestra identidad (¿quién soy yo y qué he venido a realizar?) agita y friciona en nuestra mente una llama interna que puede consumir todas las demás preguntas y dudas, como un fuego que quema hierba seca. Nos devuelve al fuego central en el centro de lo que somos, que es la luz inextinguible del supremo YO SOY.

El verdadero Ser que estamos buscando realizar no es nuestro ser humano individual sino el Ser universal, el Ser que está presente en todos los seres, en todos los cuerpos y en todo el mundo. Es el Ser testigo de todo el tiempo y el espacio y trasciende nuestra psicología, que consiste principalmente en las incidencias y peculiaridades de nuestras circunstancias personales y propensiones en la vida. El verdadero Ser se parece más a los grandes poderes de la naturaleza como el fuego, el viento o el sol que a nuestros pensamientos y sentimientos personales.

La autoindagación es muy parecida a cultivar un fuego. Nuestra conciencia crece al ofrecer nuestros actos y palabras, nuestra respiración y nuestra mente al Ser testigo que es la llama eterna e inextinguible dentro de nosotros. Es la calidad y la consistencia de la ofrenda de nosotros mismos lo que es el factor principal en el crecimiento de esta llama, no ninguna fórmula externa o formalidad.

Podemos mantener nuestra conciencia como un fuego, ofreciendo nuestros pensamientos, palabras y obras continuamente como combustible. Cuando esa llama interna se quema, se limpia y purifica, sólo permanece luz pura y la mente misma se fusiona en su fuente. Para que la autoindagación sea un proceso vivo, debemos invocar y encarnar esa llama interna de conocimiento en nuestra vida diaria. La autoindagación no es una cuestión de pensamiento o lógica ordinaria. Tampoco es una cuestión de emoción o sentimiento. No se trata solo de dejar en blanco o detener la mente, tal como es. Tampoco es una intuición esotérica. Es la forma más fundamental de conocimiento, percepción o conciencia que tenemos. Estamos cultivando la luz pura detrás de todo el brillo y la sombra de la mente y los sentidos. El Sí mismo es la mente detrás de la mente, el ojo detrás del ojo, el habla detrás del habla y el prana detrás del prana, como las Upanisads tan elocuentemente afirman.

Detrás de todos nuestros sentidos, hay un sentido interno más primario del ser propio, mediante el cual sabemos que existimos y mediante el cual somos uno con toda la existencia. Pero es tan inmediato y dado que lo damos por sentado y lo ignoramos. En el laberinto de información sensorial perdemos la noción de quiénes somos realmente. Quedamos atrapados en los movimientos del cuerpo y la mente y olvidamos nuestra verdadera naturaleza que los trasciende y para la cual sólo trabajan.

Cultivar esta conciencia directa del Ser es muy parecido a realizar un sacrificio de fuego. Detrás de todos nuestros estados mentales, incluso los más ignorantes o confundidos, como una llama escondida en la oscuridad, el Ser brilla como el testigo eterno de todos. Este Ser dentro del corazón trasciende todos los mundos. Como el supremo Agni o fuego digestivo, tiene la capacidad de comer o absorber todo el universo. Nosotros somos el alimento de esa luz. Esa luz es nuestro alimento.

FELIZ VERANO Y FELIZ TRANSFORMACIÓN

ARANTXA (UMA)

Junio 2020

error: Contenido protegido !!